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¿Habrá terminado el mes más díficil para los contadores?

El martirio de contribuir
Juan Villoro
25 Abr. 2014
Reforma

«Abril es el mes más cruel», escribió T. S. Eliot. La frase es recordada por sus paisanos cada vez que hacen su declaración de impuestos.

Nacido en Estados Unidos, Eliot se trasladó a Inglaterra a los 25 años, donde se convirtió al catolicismo y trabajó en el banco Lloyd’s. Su referencia al mes de las crueldades tiene que ver con el clima y el espíritu, pero el poeta sabía que en Semana Santa se rinden cuentas religiosas y fiscales.

El sacrificio de Jesús y la tiranía de Hacienda son motivos de abril. Por cierto que Cristo fue acusado de oponerse a pagar tributo al César (sabía de lo que hablaba porque uno de sus discípulos, Mateo, era recaudador de impuestos). Ya el antiguo testamento se refería a esa incómoda situación: la recompensa de David por abatir a Goliat consiste en que su familia quede exenta de pagar impuestos en Israel.

Los antecedentes históricos de una molestia sirven para el melancólico consuelo de entender que desde hace mucho el asunto no tiene remedio. En el caso de los impuestos, todo pasado fue mejor. Con inquebrantable fe en el sistema decimal, la Iglesia estableció el diezmo para que los devotos quedaran bien con Dios donando el 10% de sus ganancias. Como las tiranías son más ambiciosas, en años de buenas cosechas los faraones recaudaban el 20% de los granos. Eso parece una bicoca ante el 32% que muchos pagamos en el México de Videgaray.

«¿Y qué recibo a cambio?», pregunta el causante que en abril da una fortuna y se queda con un huevo de Pascua.

Cualquier contribuyente mexicano está a menos de 30 metros de un bache, lo cual revela que sus impuestos no sirven para asfaltar.

Para colmo, la forma de contribuir pertenece a una de las variantes más sutiles de la tortura. Si Kafka ideó una máquina que escribía la sentencia en el cuerpo del condenado, Hacienda ha ideado una declaración que aniquila la razón.

Voy a contar lo que me dijo una amiga mexicana que vive en Nueva York. Omito su nombre porque su juicio es tan acertado que puede ser tomado como antipatriótico. Los mexicanos somos seres peculiares: nos fascina decir cosas horribles del país, pero nos ofendemos si los extranjeros las dicen (sobre todo, si las dicen mejor que nosotros). Esto se extiende a los paisanos que de pronto opinan en el extranjero. Cuando Javier Aguirre entrenaba a la selección y comentó que México estaba «jodido», fue muy criticado por decirlo en Madrid. ¿La capacidad de juicio tiene jurisdicción local? Un atávico complejo nos lleva a pensar que así es.

Callo el nombre de mi amiga. Baste saber que hace años ella declara en Estados Unidos. Esto la ha rejuvenecido. Ya otros mexicanos que viven fuera me habían comentado que la paz fiscal es posible. Ella confirmó el milagro. Luego dijo: «En México nadie puede trabajar porque todos están dedicados a tratar de trabajar llenando recibos, buscando formas de retención y facturas para desgravar; nuestra burocracia sigue siendo virreinal; es un desastre para la productividad, pero permite un control absoluto: aquí los súbditos sólo tienen tiempo para hacer trámites».

Videgaray pasaría a la historia como un benefactor si lograra algo de sentido común: que el ticket de compra tuviera valor fiscal, como sucede en países donde los papeles no son abstractos.

En nuestra tierra baldía el consumidor está obligado a brindar dinero tridimensional, pero el vendedor pospone la entrega del comprobante y desplaza sus compromisos al universo digital. En España que algo «pase factura» es mala noticia. En México también lo es, pero de un modo milagroso: siempre pagamos, pero no siempre recibimos factura.

Nuestros impuestos son abusivos, tomando en cuenta que no tenemos servicios públicos escandinavos y que a los monopolios se les condonan contribuciones porque el Presidente tiene la facultad imperial de hacerlo.

Para colmo, el calvario no sólo llega en Semana Santa. Cuando mi amiga describía el estancamiento burocrático nacional, se refería a que, además de la declaración anual, hacemos declaraciones mensuales. ¿Cómo puede un columnista encontrar el adjetivo exacto cuando tiene que hacer la séptima llamada para protestar porque se acaba el mes y aún no le llega la factura que «ya le mandaron»?

Eliot, nacido en Estados Unidos, pudo escribir que abril es el mes más cruel. En México todos los meses son abril.